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sábado, 31 de enero de 2015

El día del pueblo

Dijo Salvador Allende, "la historia es nuestra y la hacen los pueblos". Esa cita mágica, epitafio del último sueño de justicia social que vivió Chile, y que ya forma parte de la historia que quiso reescribir, no obstante, no es sino un deseo ilusorio, pues como todos sabemos, la historia la escriben los ganadores y, por desgracia, el pueblo acostumbra a salir derrotado, no victorioso. Aun y todo, en ocasiones el pueblo, "matagigantes" en su expresión más organizada y conjunta, se alza contra el ignominioso yugo que lo asfixia, tomando así el plumero y el papel y haciendo válidas y ciertas aquellas palabras que, en su día, ante el ominoso final que le esperaba, pronunció un legítimo socialista desde el Palacio de la Moneda.

Aun así, es un hecho innegable que la Historia de la Humanidad no es más que el relato de una lucha bifronte: entre el pueblo, amplio en número y estrecho en poder, y la aristocracia, pequeña en número pero demasiado grande en poder. Durante el transcurso de esta epopeya maravillosa, el pueblo, esa mayoría en minoría, ha ido poco a poco arrebatando a la minoría en mayoría, su espacio ingente, conquistando, con su voluntad incontestable, con su unión inquebrantable, paso a paso, el trono de los poderosos y secularizando, a su vez, dicho trono.

miércoles, 7 de enero de 2015

Je suis Charlie

Es un miércoles por la mañana en  pleno centro de París, la capital del mestizaje, en el país más heterogéneo y multirracial de Europa. Armados con AK-47 y al grito de “Al-lahu-àkbar” -Alá es grande- abren fuego indiscriminadamente. El resultado: doce víctimas y más heridos. Tras ese maldito himno, silencio y muerte. Pocos minutos más tarde, todo se llenará de ambulancias, policías y prensa. El silencio queda cubierto, no así el enorme vacío que dejan las muertes.

Cuando las masacres se cuentan por decenas, ya sea en Nueva York o Nairobi, Madrid o Londres, el ciudadano de a pie parece insensibilizado ante ellas. Se horroriza al principio, maldice un rato, acaba cambiando de canal. Es la rutina del día de la desgracia. Vil rutina, que parece aceptar con resignación la perversidad del que quita la vida sin pudor ni reparo. Gajes del oficio pensarán, el precio que hay que pagar por convivir en una sociedad plural y democrática. Se equivocan.

lunes, 29 de diciembre de 2014

Fe

Religiosas o no, las fiestas navideñas son la excusa perfecta para cerrar el año brindando con felicidad. Es tiempo de echar el cierre, de despedidas, y como tal, es tiempo de reuniones familiares y felicitaciones y celebraciones con amigos. En pleno siglo XXI, cuando más lejos de nosotros sentimos a nuestros seres queridos, en muchos casos por la ineludible distancia de quienes han hecho las maletas en busca de un futuro mejor o, simplemente, de un futuro, la tecnología nos permite estar al tanto de los vaivenes de todos ellos, felicitarles también las fiestas y hacer balance de lo bueno y lo malo que con el año se va. Sin embargo, paradojas del destino o qué sé yo, éstas son, irremediablemente, las fiestas de la tristeza, del desconsuelo y de la preocupación para muchos españoles. Las fiestas de la miseria, del engaño, de la desigualdad. Más que fiestas, heridas abiertas, crisis derivada en dramas personales, familiares.

2014, más allá de los titulares que nos ofrecerán los diarios, del rostro de Pablo Iglesias o del desfile inagotable de corruptos, ha sido el año de la esperanza. El de los pequeños gestos desinteresados, el de compartir paraguas cuando el temporal no amainaba, sino más bien al contrario, el de la ayuda por la gratitud. Entre tales socavones, el financiero, el industrial, el político, el moral, se han creado puentes de colaboración ciudadana, de solidaridad y esperanza. No se ha visto la luz al final del túnel, de hecho, es más extenso de lo que nadie pensaba, pero hemos pintado sus frías paredes de hormigón para que la odisea se nos haga, al menos, un poquito más amena. 

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Vallecas

Hay lugares en el mundo que son mucho más que eso. No es un eslogan publicitario, tampoco el reclamo comercial de una agencia de viajes. Hablo de lugares que nada tienen que ver con la belleza -al menos con sus cánones establecidos-, con la acumulación de artistas, con la bohemia o con el desarrollo económico. Son lugares dónde el gris de su paisaje, la lobreguez de sus calles o la humildad de sus edificios no distorsionan su esencia. Lugares dónde es el paisanaje el principal protagonista: artífice y a la vez intérprete de su propia historia. Lugares incapaces de pasar desapercibidos. Lugares vivos. Lugares que no dejan indiferente a nadie. Lugares cuya identidad va más allá que la de cualquier otro lugar, por bello u opulento que sea.

Uno de los efectos más salvajes de las recesiones económicas, entendidas como depresiones severas que suponen algo más que un simple ciclo sistémico, es su expansión hacia otros apartados de la realidad social. Se denominan crisis porque hacen tambalear el sistema en su conjunto, provocando cambios sustanciales en la manera de entender lo que nos rodea. La recesión que empezó en 2008, por consiguiente, ha tenido efectos depredadores en todos los ámbitos: social, político, cultural, moral. Lo que diferencia estos lugares del resto es que cuando la voracidad de la crisis golpea, esos lazos sociales, esos valores morales en los que firmemente creen se ven reforzados en vez de destruidos. 

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Desde la azotea

Hace más de un año que inauguramos este blog. Impensable era, en aquel momento, imaginar que hoy estaríamos con vosotros luego de más de cincuenta entradas. Ha llegado el momento, una vez adquirida la madurez necesaria, de experimentar. Queremos ofrecer algo distinto, novedoso, para evitar que caigamos en la monotonía. Los temas de preocupación continúan siguen siendo los mismos: la incesante lucha, que ha existido desde el inicio de los tiempos, de los de abajo contra los de arriba. O mejor dicho, de como el pueblo prosigue en su intento de alcanzar el poder, de mirar desde lo alto y verse cara a cara con sus iguales. Sin complejos. Nos sigue ocupando lo social, la denuncia de los abusos, la alienación del individuo, la violación de los Derechos Fundamentales, la subordinación del poder político al económico, la injusticia de ser gobernado por auténticos corsarios. 

Por eso, hemos decidido ir más allá, dar un paso más, mirar al mundo con ojos diferentes y hacer lo que nos gusta: escribir. Dijo Ibsen, "grande o pequeño, todo hombre es un poeta si sabe ver más allá de sus actos". La poesía equipara a los hombres. Los hace mirarse de tú a tú, los hace ver más allá. Y es que, como nos enseñó Aleixandre, o es humana o no es. Si la poesía es capaz de devolvernos aunque sea un poquito de humanidad, es porque es mundana y humanamente indispensable. Ya tienen su '¿para qué?'

DESDE LA AZOTEA

La fiebre se desbordó
y el cemento corrió como el oro.
Encerrados tras una cerradura
de mecanismo complejo.
Encierro laberíntico en mente cerrada.
Quemaron la llave.
Cercenaron el cerebro.

Armados monstruos sin vida
luchando
contra vidas inermes.
Demolieron la vida
y construyeron esqueletos inánimes.
Armados monstruos sin corazón
tan solo son
esqueletos inánimes.

Mires a dónde mires, allí los verás.
Se yerguen hacia el cielo
altivos, pero sin vida.
Son fruto de la razón.
Sinrazón razonada.
Racional.
Como el hombre frío,
inánime,
sin corazón.
Como la mente que solo entiende de oro.
De cemento.

Mires a dónde mires, allí lo verás.
Desteñido mar naranja.
Enladrillaron la vida
y nos tapiaron el horizonte.
Apagaron la luz
y el resplandor nos cegó.
Era oro.
Oro gris en un mar naranja. 
Ya no se veía cielo, ni tierra.
Ya no corría el viento.

El conocimiento yacía ahogado.
Olor a papel húmedo.
Encerrado en un pétreo mar naranja.
El conocimiento encerrado, 
cercado por gigantescos monstruos
bañados en oro gris.
El conocimiento flotando en un mar naranja.

No se veía vida desde la azotea.
Sólo un engranaje oxidado,
unas historias desahuciadas
y un salvaje mar quieto.
No había vida, había víctimas
de un sistema maquiavélico.
Construyeron el progreso olvidando 
al mundo que,
ahora,
olvidado, 
desahuciado,
no es más que una marea.
Sabia. Pura. Cristalina.

Una marea capaz de abrir encierros,
de rescatar a Rapunzel,
de salvar los libros.
Una marea capaz de derribar muros,
paredes,
grúas.
Una marea que derriba construyendo
frente a quienes construyen derribando.

Ahora
el mar ha perdido su calma.
Movimiento.
Ha empezado el cambio.
La fiebre pasó.
De ella
solo quedaron esqueletos inánimes.
Pero ha empezado el cambio.
Subió la marea
y lo inundó todo.
La vida se coló dónde no vivía nadie.

Ahora
el mar ha perdido su calma.
Movimiento.
Ha empezado el cambio. 
Los de abajo han conquistado la azotea.

martes, 11 de noviembre de 2014

Bisturí

En los países islámicos dónde se aplica la ley sharia se mantienen vigentes macabras costumbres jurídicas como la de cortar la mano al autor de un robo. Desde luego, esas normas son, brutales, además de absurdas, desproporcionadas y técnicamente anticuadas, pues, en la mayoría de los casos se emplean instrumentos como hachas o machetes, se deniega atención médica al ladrón y el castigo se efectúa de cara a un público que jalea la tortura sobre el presunto culpable. 

En los países occidentales, en los que presuntamente reina la paz social, la armonía y el civismo, el robo es, probablemente, el delito peor regulado del código penal. En España, la ineficaz diferenciación entre hurto y robo, por ejemplo, apenas sancionaba a quienes sustrajeran bienes de un valor inferior a 400€. Tampoco existen medidas que repriman con la dureza necesaria la sucesión de ese tipo de actos delictivos, con lo que han proliferado en las grandes ciudades los delincuentes con múltiples antecedentes y pequeñas penas que, aprovechándose de la benignidad de nuestro sistema jurídico, viven -literalmente- de mangar todo lo que les viene en gana. 
De manera paradójica, llegan a nuestros oídos condenas ejemplares por afanar simples boberías, como la de Emilia, una joven madre valenciana que ingresó en prisión por gastar 193€ de una tarjeta que encontró para pagar pañales y comida.
La propiedad privada, como ven, se protege de una manera un tanto curiosa en España.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

La manada

Desde lo alto del cerro, la manada vigila toda la explanada. Lo tienen todo bajo control: atada y bien atado. Sus miradas vislumbran no solo su ansia de poder -y la seguridad de que lo ostentan-, también la altivez de saberse mejor que ellos, mejor que el resto. Sus afilados colmillos solo tienen ojos para la figura que se yergue, esbelta y vigorosa, sobre sus cabezas, justo delante del grupo, en el punto más alto del valle. La espera resulta exasperante y las fieras empiezan a impacientarse. Entonces, el macho alfa da la orden. Preparados, listos...¡ya! Y la caza comienza sobre el idílico enclave. 

Debajo, el inmenso rebaño se dirige de un lado para otro, realizando las actividades consuetudinarias de su día a día. Cada oveja sabe perfectamente qué es lo que tiene que hacer y lo ejecuta con precisión y esmero. No tienen otra preocupación que su tarea. La minuciosidad con la que cumplen su deber es impactante. Mientras el armónico ritmo de vida del asentamiento prosigue su ritmo, sus miembros se mantienen ajenos a lo que ocurre fuera de su cotidianidad. Ajenos al peligro que se cierne sobre ellos, a los predadores que vienen a depredar su comunidad.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Botín

Cinco jóvenes se juntan en el parque de una gran ciudad de nuestra geografía. Es viernes por la tarde: el radiante sol incendia la urbe que está cubierta de fino polvo gris y de una etérea marea de contaminación imperceptible. Ajenos a todo esto, los chavales conversan en tono animado. Dos de ellos cursan carreras en una universidad pública de prestigio. Otros dos, peleados con los libros o las matemáticas, se decantaron por la formación profesional. El último, como esa quinta parte de jóvenes españoles1, ni estudia ni trabaja. Colegas desde la infancia, han quedado en su lugar habitual, en el epicentro de su barrio incendiado, recubierto de polvo y polución. Se pasan un buen rato discutiendo sobre qué hacer por la noche.
-A mí People no me gusta, tronco.
-Pues vamos a Budha, hace dos semanas nos pegamos el fiestón.
Y una vez decidida la discoteca, acuerdan qué beberán: dos botellas de ron y una de ginebra, todo de marca blanca. Uno del grupo osó proponer comprar Beefeater. "No hay chasta", le respondieron casi al unísono.

Para adquirir los ingredientes que luego mezclarán, todos han puesto cinco euros. Nadie se escaquea. En cuanto el consejo dictamina el brebaje, sus componentes echan mano al bolsillo para abonar la cuota correspondiente. Las porciones son totalmente equitativas. Pero, si alguien no ha sido capaz de recabar el dinero, otro compañero pagará su parte, y la deuda quedará saldada la siguiente vez que salgan de fiesta. Sencillo.

Como en toda sociedad, la cuadrilla está formada por personas completamente distintas, con ideales antagónicos, necesidades y deseos enfrentados, gustos diversos y preferencias dispares. No obstante, su funcionamiento no se ve entorpecido por este motivo, sino que 
gana en riqueza y versatilidad, al estar compuesto por miembros con múltiples habilidades. 

A mayor escala, las normas claras y lógicas que rigen esa comunidad, normas que todos los individuos compartimos, normas acuñadas ya en la Prehistoria, normas basadas en el diálogo, en el debate, en el consenso, son normas quebrantadas, normas inválidas e ineficaces; papel mojado.

¿Existe acaso el debate en el Congreso? ¿Se trata de resolver problemas mediante el diálogo como los jóvenes alcohólicos del parque? ¿Se reparte equitativamente el peso de mantener el sistema público? ¿No rehuyen sus responsabilidades tributarias precisamente 
aquellos que no tienen dificultades para hacerlas frente?

En un contexto bien distinto, Hannah Arendt habló por primera vez acerca de la banalidad del mal. Ese hecho es pieza básica del aparato del Estado: el mal ha sido despenalizado. No del todo, claro está. Solo los actos físicos contrarios al orden mantienen su carácter perverso. Por un lado, la sociedad pide vísceras: asesinatos enfermizos y horribles, violencia machista, crímenes ideológicos. Son el sustitutivo del terrorismo en la sociedad del espectáculo. En cambio, éstos escapan al control de la gente. Son hechos de la peor calaña, que en nuestro código moral no tienen cabida hoy, como tampoco lo tuvieron hace muchos años. 
A alguien hay que colgar. Es demasiado obvio hacerlo con el violador, con el psicópata que goza descuartizando, con el neo-nazi. Para esos casos, que la Justicia haga su labor.

Quiere saciar su sed de sangre, y la masa encuentra un oasis en el "vandalismo". Piquetes informativos, pintadas, destrozo de sucursales. Incluso algo tan insignificante como el botellón equivale al asesinato de Lennon. Ellos son los nuevos herejes. Vándalos sin valores, seres abominables que no respeten nada. "No me extraña que uno de cada dos jóvenes esté en paro si se pasan el día emborrachándose".

La banalización del mal tiene dos vertientes. Por un lado, se censuran actividades banales. Por otro, se tornan banales actividades censurables. En la institución que debería representar a la ciudadanía española, en vez del discurso, se usa la ofensa y la fuerza para imponer decisiones. Muchos de sus miembros, con importantes recursos económicos eluden sus obligaciones fiscales, colocando lo conseguido con su salario pagado por el resto lejos del alcance de éstos. Para colmo, les sale más barato tomar unas copas en el Congreso que a los muchachos en los bares. 

En "El árbol de la Ciencia", Baroja relata como el pueblo ve con peores ojos que un individuo robe a otro, a que uno solo robe a todos. Aquel libro vio la luz en 1911, y retrataba la sociedad española de finales del XIX. Ciento diez años de evolución y aún seguimos en las mismas: llorando por los culpables y defenestrando a los inocentes. Pero no se preocupen, antes de morir, en 2012, el ladrón entregó su botín: 200 millones de euros ocultos a la Hacienda española. Era heredero, corrupto y banquero. Las tres palabras clave en la España de los botines.

NOTAS:
1-Un 23,7% de jóvenes españoles no estudiaba ni trabajaba en el año 2010. De hecho, los expertos creen que este número podría haberse incrementado en los últimos cuatro años. http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/09/11/actualidad/1347351489_459628.html*
*El enlace es de Septiembre de 2012

viernes, 22 de agosto de 2014

Crisis

Hace unos años la palabra crisis recordaba a una de tantas megaproducciones cinematográficas apocalípticas en las que la destrucción total amenazaba nuestro planeta y en las que un musculado guaperas y una rubia voluptuosa eran la última esperanza para salvar a la Humanidad, tarea que siempre resolvían con éxito. Hoy en día, aunque Zapatero se resistiese a pronunciarla, tal vez para evitar el desastre de la Tierra, se ha ganado por derecho propio un lugar especial en nuestro vocabulario. Nos abotarga escucharla a diario, ya sea en prensa escrita o en televisión, en las tertulias de los cafés o en suplementos publicitarios. Estamos hasta los cojones de la maldita palabreja, la espada de Damocles que se cierne sobre cualquier intelecto sano, o medio sano. No obstante, resulta cómico como insignes personajes hacen cábalas acerca de su duración o lanzan propuestas como si fueran curanderos de pueblo, haciendo honor a ese programa de Canal +, "Ilustres ignorantes".

jueves, 10 de julio de 2014

Sálvese quién pueda

Es mediodía. Como de costumbre, antes de comer tomó el periódico y lo hojeo. De vez en cuando, si el titular atrae mi atención o si el tema que trata el artículo, crónica o noticia es de mi interés lo leo minuciosamente. Sin embargo, cuando llego a la sección Internacional dejo de hojearlo. Y hasta de ojearlo. Paso las páginas del tirón, como si intentase no adentrarme en ese mundo paralelo, distinto, por mucho que compartamos planeta, recursos, aire, agua, marco espacio-temporal. Un mundo que parece haber regresado atrás en el tiempo. No quiero zambullirme en esa rutina de dolor, en esa espiral de iniquidad que amenaza con engullirlo todo. Antes, quizá, me hubiera detenido ante esos reportajes. Me hubiera alarmado y angustiado por lo que han de padecer inocentes en rincones remotos de la tierra, hubiera ensalzado la labor del reportero que se juega la vida por informar en el campo de batalla, hubiera reflexionado sobre la hipotética razón de los conflictos bélicos. Ya no. Llega un momento en el que, o eres antropófago, o tanta sangre te tira para atrás.